martes, agosto 20, 2002

DESPEDIDA SIN FIN

Querido Jaime:

Qué comienzo más raro. Por primera vez junto esas dos palabras en un folio. Siete años intentando decirlo, y es ahora cuando lo consigo. Cuando sé que la esperanza está perdida. “Querido Jaime”. ¿No te suena raro a tí también?

No puedo decirte adiós. Aunque quisiera hacerlo. Arrancarte de donde estás, hacer un ovillo con nuestros recuerdos y echarlos al mar. Botar un barco con nuestros nombres y dejarlo a la deriva, como nuestra historia. Sin un principio ni un final. Como debería ser esta carta.

Siete años desde el primer beso en la mejilla. Siete años deseando recobrar el contacto inocente. Siete años echándote de menos, incluso cuando estabas. Si aquella noche no hubiera ido, ahora no te extrañaría tanto. Pero fui.

Mi papelera está llena de borradores desechados con tu nombre en ellos. Ensayos de adioses, de saludos, de despedidas y encuentros ficticios, pero no por ello mejores. Amagos de un futuro que pudo ser nuestro, pero que se nos escapó entre los dedos.

“Te recuerdo como eras el último otoño”, decía el poeta. Y es cierto. Te recuerdo como eras aquel último otoño. Sonriente, alegre, divertido. Dispuesto a saltar a la piscina sin comprobar antes si estaba llena. Sólo por el placer de probar, de experimentarlo todo. Sin miedo. Siempre con prisas por llegar a una meta que nunca alcanzabas. Quizás porque, al llegar allí, volvías a cambiarla.

Por eso nadie podía seguirte. Por eso íbamos quedándonos a un lado de tu camino. Mirábamos al horizonte y sonreíamos, contentos de haber podido verte, aunque sólo fuera un segundo. Intentábamos seguirte de nuevo, y volvíamos a quedarnos atrás. Desconcertados, confusos, heridos por tu rechazo inconsciente. Siempre eras el primero en todo. El primero en llegar y dar la vuelta. El primero en reemprender un camino nuevo cada día. Deseando estar en todas partes a la vez.

Ahora ya nadie te visita. Ni siquiera yo. Va a hacer casi seis años que tú te despediste de mí, y uno en que yo te dije un adiós falso, porque no puedo olvidarte. Puedo dejarte a un lado, apartarte lo justo para tomar aire. Pero tu recuerdo sigue enquistado dentro de mí. Arrancándome vida, dándome otra. Sigo adelante, intento no mirar atrás demasiadas veces al día, como tú querías. Y muchas veces me encuentro pensando en tí, imaginándome cómo tu sonrisa me animaría a continuar el camino, a no desfallecer.

Sin ti el camino no sería posible, ¿lo sabes verdad? Sin tu presencia nada de esto tendría sentido. Sin tu recuerdo yo no sería yo. Sin mis recuerdos tú no serias tú. O eso quiero pensar, que por fin los dos nos necesitamos con la misma intensidad.

Querido Jaime... volvemos a empezar.

23 de agosto de 2002