jueves, agosto 22, 2002

TIRANO

Si cierro los ojos, tumbada en la cama, aún puedo sentir el cálido contacto de tus yemas. Tu calor no ha abandonado mi presencia. Giro sobre mí misma sólo para descubrir que la cama aún conserva las huellas de tu descanso. Como si de una impresión digital se tratase, sé que tu vida es la única que hubiera podido ocupar el hueco nostálgico que permanece en mi lecho.

Acaricio las sábanas, hundo mi rostro en tu resto de almohada. Intento retener en la memoria los últimos vestigios de tu estancia en mi alma. Tu aroma permanece aún unido a mi sudor, permitiéndome una ilusión cada vez que inspiro vida.

El recuerdo de anoche aún palpita en mi carne. Piel de gallina, vello erizado en cada acercamiento. Aún siento la presión de tus caricias. La humedad de tus labios recorriendo mis más íntimos senderos, descubriendo secretos. Pero es tu piel lo que más hormigas despierta en mis entrañas.

Dulce, rápida, tierna. Apasionada, fuerte, rebelde. Cada choque de olas conmueve la tierra sobre la que se asientan mis pies. Cosquillas, dulzura, alegría. Mimosas manos que se detienen en mi corazón. Química que despierta con cada hachazo de tu sabia.

Aún recuerdo nuestro primer contacto. Casual y furtivo, como un animal herido que se revuelve contra el cazador insensible. Eléctrico, vibrante, dispuesto a despertarme de mi letargo. Y fue su magia la que nos acercó al descubrir en nuestras asombradas pupilas el fuego del reconocimiento. No necesitamos decir más. Recuerdo que desde entonces nuestras manos se dedican a buscar la reciprocidad de nuestras sonrisas. Cada vez más alto, cada vez más difícil. Cada vez más sumidos a la tiranía de nuestros sentidos.

Cuerpos dictando normas. Piel legislando la importancia de no hablar. Afortunadamente, con el tiempo, hemos sabido unir a Eros y Platón bajo un mismo lecho, entre unas mismas sábanas.

Los recuerdos de antiguas guerras libradas en nuestros secretos campos de batalla se agolpan en mi cabeza, pugnando por salir y aspirar unos momentos de eternidad. Mientras, tú terminas tu ducha diaria. E imagino tu piel. Sensitiva y sensible, con los poros dispuestos a recibir mi pasión. Perladas gotas surcan tus ríos, aferrándose a cada resquicio que encuentran para no abandonar tu sensualidad.

Dentro de cinco minutos saldrás del baño, regalando a mi iris una belleza a la que aún no se ha acostumbrado. Y volveré a caer en tus brazos. Porque tu piel es mi dueña y mi destino. Porque en ella estoy atenta a cada nota que arrancan tus manos.

Quiero volver a tus huecos. Corazón apaciguado, cuerpos desbocados. Manos rápidas que se pierden en los nudos de nuestro abrazo. Puro acto gozoso, placer para la dermis.

Se cierra el grifo de la ducha y se abre el de mi espera. Oigo como cae la última gota y sé que te estás envolviendo en una toalla, sin secarte, porque sabes que me gusta. Suena la puerta del baño cuando da paso a tu corporeidad, a mi perdición. Una sonrisa asoma a mis labios entreabiertos, a mi retina dispuesta. Como el primer día. Como siempre. Y así, expectante, espero el regreso de la dictadura de nuestra piel.


24 octubre 2001