viernes, agosto 23, 2002

AUREA

Su sonrisa. Su cara pecosa iluminada por la radiante mueca de sus dientes. eso es lo que más recuerdo de ella. No sus manos, ni sus ojos. Ni siquiera las palabras vomitadas en todos los últimos instantes. La inocencia, de tener rostro, sería el de sus mandíbulas brillando a la luz del sol.

Es su sonrisa lo que más recuerdos perdidos me acerca el día a día. Y ella no es, no era, consciente de su poder infantil. Recuerdo que sonreía siempre. Para ella la vida era una auténtica fiesta. Las desgracias algo que también había que celebrar. ¿Cómo no sonreir cuando te regalan la sonrisa? Esa era ella. Siempre danado y pidiendo poco, apenas nada.

Era joven y su piel ya se plegaba junto a sus labios. Arrugas prematuras que son la huella de la felicidad. Y sin embargo no tenía grandes motivos para sentirse dichosa en su cuerpo. Algo la comía por dentro mientras ella sonreía el amanecer de cada día nuevo. Unas horas eran un regalo. Cada estrella descubierta, cada paso dado era un don arañado al destino. Así era su vida.

También recuerdo el día que la realidad me abofeteó unas entrañas que, desde entonces, están secas. Leucemia. Qué palabra tan grande para un ser tan pequeño. Un monstruo que avanza, sin prisas pero sin olvidar un paso, viviendo sólo para su placer, atento sólo a su egolatría. A expensa de la vitalidad ajena. Mal castigo para la bondad.

Te conocí así, enferma. Consciente de lo que ocurría en la fuente de tu vida,en cada trocito de tí. Y me sorprendió tu entereza, tus ganas de explorar un mundo que sabías que jamás te pertenecería. Me dolía tocarte, besar tu dulce piel. No quería tener el recuerdo de tu hechizo en mis labios. Pensaba que, si no se conoce, no puede faltar. Me equivoqué. En el laberinto caótico de mi vida más valdría tener un Norte, saber que la bondad existió. Saber que me tocó podría arreglar mi veleidosa brújula.

Tu sonrisa, faro de Alejandría, aún hoy puede relajarme, arrancarme una mueca de humanidad, quizás la única que me queda. Han pasado muchos años, pero tu encantamiento sigue fuerte. Aún resuenan en nuestros oídos las palabras mágicas que vertiste en él.

Jamás estarás más viva que cuando te recuerdo. Que cuando te encuentro, agazapada en un pliegue de mi alma, luchando por no sucumbir al embrujo del olvido. Y pongo frases en tu mente, consejos en tus manos, caricias en tu pelo. Nunca más viva que cuando acudo a tu sabiduría de niña para buscar consuelo. Y puedo olvidar que estás lejos. Te doy un cuerpo nuevo, palabras viejas de tanto usarlas. Y no te echo de menos.

Puede que sin esa última sonrisa, cuando tu cuerpo rechazó mi vida, próximo ya el lamento del mundo, yo no habría aprendido tanto de tí. Me enseñaste el valor de la verdad, la calidad de la ingenuidad. La insustituible necesidad de las caricias. La incomprensible genialidad de la piel. La verdad encerrada en una sonrisa.

Yo, a cambio, te doy una vida nueva. Llena de esperanza y promesas de felicidad que nunca se cumplen. te llevo conmgo, y así sé que no te has perdido nada. Porque cada paso que doy, cada lección que aprendo, tú lo recoges de mí. Aunque no te haga falta. Te fuise joven, pero ya eras sabia. Ya conocías lo que yo tardé años en comprender, el incalculable valor de un abrazo.

Noviembre de 2001